REVISTA DE ESPAÑA
Madrid año 1871
por JOSÉ AMADOR DE LOS RÍOS.

Los periódicos políticos de esta capital publicaron meses pasados una comunicación dirigida por el Administrador de la Casa de Campo, propiedad de la Corona, al Director general del Patrimonio, en que, por efecto de haber sido acometida de hidrofobia (rabia) una perra del rebaño que allí se custodia, proponía cual medio de salvación para las ovejas el que se buscase un saludador (decía) que reconozca y salude. Mostraron los diarios de todos colores, que dieron a luz esta peregrina propuesta, no poca extrañeza, resistiéndose a creer qué el documento en cuestión fuese cosa oficial y auténtica. ¡Tan grande era, en su concepto, el absurdo sobre que se fundaba, y tan inverosímil el que en pleno siglo XIX existieran esas prácticas supersticiosas ¡Tan inverosímil que en medio de una revolución que ha proclamado (entre otras conquistas más o menos cumplideras o utópicas) la libertad de cultos, se elevasen a la esfera del mundo oficial, en que viven e imperan los que han realizado esa revolución, la cual parece gloriarse de haber roto de lleno con las tradiciones y la vida de lo pasado!
Justa y racional era por cierto la extrañeza de los diarios a que nos referimos, y tanto digna de respeto, cuanto que venía a constituir en cierto modo una protesta contra el lamentable error que ha servido de base a la propuesta indicada de saludar las ovejas de la Casa de Campo, para preservarlas de los terribles efectos de la hidrofobia (la rabia). Fundado y prudente habrá sido sin duda en la Dirección general del Patrimonio el rechazar esa infeliz panacea, que con tanta fe como urgencia se le proponía, y aun el rectificar caritativamente el doloroso concepto de quien tan ingenuamente acudía a ella, ilustrando al par su inteligencia, avasallada todavía por el fanatismo, con las saludables prescripciones de la ciencia higiénica. Pero ni la ilustrada protesta de la prensa periódica, ni la benévola corrección del Centro directivo de los bienes del Patrimonio, si acaso llegó á formulase, bastaran a poner remedio en mal tan profundo y arraigado como el que ha venido a sacar a luz la crédula cuanto lastimosa consulta del Administrador de la Casa de Campo, exhibiendo una parte mínima de las prácticas supersticiosa que viven en la España del siglo XIX, asidas fatalmente a las entrañas de la sociedad, sin que sean noble y generosamente combatidas por los mismos hombres, que proclaman toda libertad, jactándose de haber roto las trabas que han ligado hasta nuestros días el entendimiento humano.
La existencia de los saludadores, revelada en la capital de España de una manera oficial aunque intempestivas, no es por cierto un hecho aislado en la esfera de las debilidades y miserias, a que vive sujeta la humanidad. Debilidades y miserias son éstas, qué, teniendo su primera raíz en la propia flaqueza de nuestro ser, se derivan desdichadamente de los tiempos más remotos, alimentadas y robustecidas por la universal ignorancia de los siglos. La villa y corte de Madrid, lo mismo en estos tiempos de mayor libertad escrita que en los de más templados parlamentarismo, así bajo el régimen absoluto como bajo la tutela teocrática, abriga, como abrigó siempre en su seno, otras mil supersticiones no reprensibles y vituperables, que formando un verdadero sistema de embrutecimiento y de abyección intelectual, corroen sordamente, cual inextinguible cáncer, las entrañas de la sociedad desde las más elevadas á las más humildes regiones de ella.
Las nieblas del entendimiento no se disipan sino con la luz; pero esta luz ha de brotar siempre de la verdad.
Enero de 1871.
José Amador de los Ríos
