Excavaciones en El Casón

Apuntes de su búsqueda.

Hemos quedado allí por El Lago, en esos cerros bajo la Media Luna, en el lugar donde ahora se recupera la Era.

Estamos a 30 de junio de 2015 a esa hora en la que aún se puede caminar por esta Casa de Campo color pajizo y de agostados pastos.

Vamos a la busca de la Casa de Labor.

Para los que no son avezados en la Casa de Campo les decimos que esta casa fue la de mayor tamaño que los empleados tuvieron en la finca, fue gallinero y en sus últimos cometidos era en la Casa de Labor donde se recogían los aperos de labranza y los animales que eran la yunta de los carros de la sementera, arriba en la segunda planta, en su cámara, se guardaba el trigo cosechado en Cobatillas y Valdeza.

El Casón o Casa de Labor en 1932

El Casón o caserón como también se le conocía, estaba en una plaza donde a sus pies confluían los caminos a todos los lugares que fuera posible ir en la Casa de Campo.

Los pollos que allí se criaban eran para consumo del personal de la finca, a los que se le vendían. Los que sobraban los donaba la Casa Real a los asilos y otras entidades benéficas, ya que para los Reyes el pollo era una comida impropia.

Recordamos a Ciriaco de Anconada que en el siglo XV cuando se preguntaba;

“¿Cuánto hay de verdad en la historia del pasado?”.

Este padre de la arqueología parte de un interés propio muy parecido al que a nosotros nos sustenta.

¿Cuánto tiempo habrá de pasar para que estas búsquedas que hoy realizamos tengan la categoría que se merecen?

¿Qué puede haber bajo las tierras pobladas de restos de ladrillos que mueva a un grupo de personas a dejarse su vida por descubrirlos?

Ese gallinero es el que buscamos

Pocas armas llevamos para la aventura, un recorte de papel sencillo sacado de unos mapas decimonónicos y el repetido recuerdo infantil de unas ruinas que se las ha tragado la tierra.

Picoteamos con la intuición que nos presta el sentido común, que a veces está reñido con la lógica y lo que es peor: Con la realidad. En matemáticas las cosas son como son y dos + dos son cuatro en cualquier lugar y parte del mundo.

El Casón o Casa de Labor después de su voladura en junio de 1937

Tenemos las fotos de su decadencia en abril de 1937 del Archivo Rojo y la definitiva voladura del 13 de junio del mismo año que vimos en la prensa diaria.

Empezamos la búsqueda Vicente despliega su equipo

Hacemos la primera cata con una referencia que nos desviará del sitio justo. Tomamos la Era como nivel y sus bordes recuperados como referencia para orientar la casa.

Todo un error que nos lleva a una primera cata en la que nada aparece. Escombros y cierto camino de piedra, pero a una profundidad excesiva, frente al nivel de la Era.

Y todo bajo un sol que pone la temperatura próxima a los 40 º C, un sol luminoso y despiadado que nos recuerda las penalidades de los labriegos arando sobre este pedregal de canto rodado recalentado. Con la piel curtida y mojando de vez en cuando la boca y la cabeza con el agua de la fuente o la cacera próxima.

Ahora no hay ni fuente ni cacera, por lo que los obreros se traen sus recipientes congelados y una sombrilla maltrecha de la playa, para crear una sombra, donde los árboles no son árboles, sino carrascas y retamas que no alcanza la cintura. Algunas acacias al sur crean un pequeño oasis donde el aire refresca y corre cerro arriba y allí como teniendo más derecho, se aparcan los coches y se protege la comida.

En el segundo intento, más próximo a la Plaza del Casón, el recorrido es el mismo, la misma profundidad, los mismos escombros y nada que merezca la pena.

Vamos en contra de la lógica arqueológica que aconseja olvidarse del paralelismo y sesgar las búsquedas. Por eso movemos la máquina y comenzamos en un lugar que por nuestro plano imaginario debe ser el centro de la casa o muy próximo.

Francisco Rodríguez Pachón limpiando una pieza. Al principio todo se recibe como una información valiosa.

Unas paladas desgarradoras y a eso de un metro más que menos, los dientes de la excavadora arañan unas losas, que pronto reconocemos, en este pasillo de tierra, la solera roja que lo ocupa todo, va de un lugar a otro, con una alineación que nos sorprende ya que las líneas de su dibujo sesgan el orden que creíamos correcto.

Jesús Montero limpia la infinita solera segoviana de 1894

Son baldosas rojas de 15 por 15 divididas en cuatro cuadrículas y por su cara opuesta con un sello del que se lee Carretero Hermanos, Segovia 1894. Se conservan limpias y recientes, como si el tiempo no les hubiera marchitado en su color ni en su frescura.

Contamos con una tecnología punta: GPS stonex 59 GNSS y con él nos orientamos en este mundo oculto de las profundidades, tratamos entonces de buscar un muro lateral de edificio por lo que seguimos la solera. De pronto aparece un elemento inesperado, un canalillo o reguero de 15 cm y recubierto en su suelo de cerámica brillante.

Ahora decidimos seguir este nuevo camino que nos llevará seguramente a un lugar de inicio. Y así es, siguiendo la flecha del reguero llegamos a su fin, sobre un gran bloque de granito remata.

Con este plano encontramos sus restos

Aquí Jesús Montero encuentra una llave, más orín y arena que otra cosa, la guardamos, alguna vez habrá un museo para exponer estas cosas.

Ya tenemos algunos puntos de referencia, ya podemos vislumbrar nuestra idea errónea de orientación y profundidad del edificio derruido, nada encaja en nuestra mente, los recuerdos y algunos muros desplazados, tal vez por la explosión del edificio, tal vez por la necesidad de nivelar un terreno que en origen era una pendiente, todo confuso.

Ya estamos en julio, si ayer la insolación no pudo con nosotros, hoy venimos preparados con agua en abundancia. La estrategia es acabar las excavaciones hoy mismo y dejar en superficie el trazado de la Casa de Labor.

Los muros de granito en su lugar nos sirven de referencia

Lo primero es lo primero, cálculos y más cálculos, por aquí y por allí. Ya está hay que decidirse y lo primero es tapar lo que ayer se descubrió, los motivos son digamos de seguridad para todos.

El polvo del pasado vuelve a su sitio, el nivel negro que delata un incendio se convierte en nube y las piedras de colmenar y el granito vuelven al silencio. Le acompañan algunas botas de cuero con dientes de clavos, una munición fuera de su peine, huesos que suponemos de animales y hormigas desorientas que buscan el túnel derruido de su hormiguero.

Es deprimente la sensación que produce este enterramiento, esta arqueología es puro romanticismo, con más carga emocional que otra cosa. Otra vez a soñar en la oscuridad.  

Avanza la mañana y de su mano febril la temperatura escala el cerro de la Torrecilla. Los obreros tatuados como los presidiarios se arrodillan en la Era, colocan a golpes los cantos, mientras suena desde un transistor las melodías del pueblo llano.

Mientras se reconstruye la antigua y cercana ERA

Algunos se acachan para adaptase a la sombra de una carrasca. Otros se humedecen la cabeza con una botella que derraman. Y la máquina sigue escarbando allí donde los mando la dirigen. Otra vez la solera y los escombros, el canalillo diagonal y el desconcierto. Está claro que se tarda en deshacer un error demasiado tiempo. Llegamos a la esquina de la Plaza del Casón y allí confluyen los dos muros principales, esta intersección hace que Vicente Laso Cortés el topógrafo se hunda con sus artilugios para tomar coordenadas, altitudes y niveles. Todo queda registrado, después se pasarán a un plano superpuesto de la zona, así otros que pudieran venir en el futuro no tropezarían con las mismas piedras que nosotros.

Ahora tenemos las coordenadas para futuras investigaciones (gracias a Vicente Laso Cortés)

Han desertado algunos observadores y otros cansados pierden el ardor del inicio. La consigna es acabar cuanto antes y que otro siglo se encargue de estos vestigios. Luego vendrán las primeras lluvias a florecer las semillas removidas y las plantas vulgares camuflarán y confundirán las cicatrices de lo que fue la busca del Casón y acaso, si nadie lo remedia, en el lugar reinará el olvido.