Iglesia de la Torrecilla

No tener en cuenta los nombres que Google utiliza en su mapa.

VER SITUACIÓN EN Google Maps UTM 437466.06 m E – 4474700.80 m N. Estaba situada en el Camino de la Torrecilla y la Plaza del Casón.

Iglesia de la Torrecilla en 1932

Retirada de los objetos de valor

La Iglesia sin las pinturas de Maella.

El 22 de abril de 1936 los empleados municipales desmontaban las obras de Mariano Salvador Maella que aún colgaban de las altas paredes de la Iglesia de la Torrecilla. Sin las aparatosas medidas que hoy se toman, las suben a un camión y se las llevan al Palacio del Hospicio de la calle Fuencarral convertido en Museo Municipal. Durante esa semana ya se habían trasladado los demás objetos de valor que aún se mantenían en las dependencias, el motivo; proteger el patrimonio de robos o actos vandálicos. Lo sucedido el 13 de febrero de ese mismo año en el Cementerio de Empleados, que fue pasto de las llamas al arrojar algún desaprensivo sobre la paja almacenada en la antigua capilla un artefacto incendiario, fue la causa que aligeró el traslado.

Las causas que dio la administración a este traslado no convencieron a la oposición y fue el origen de una campaña contra la República. La realidad era que este lugar carecía de una vigilancia específica, ya que solo el antiguo cura párroco Hilario Molinos Gómez vivía en la casa adosada a la Iglesia. Los acontecimientos posteriores darían la razón a este traslado.

Interior de la Iglesia en 1932

Nueva ubicación en la capilla del Museo de Historia de Madrid

A partir de ese momento la pequeña iglesia o ermita de estilo neoclásico queda desnuda. No era una Iglesia conocida entre los madrileños, ya que no formaba parte del culto popular, ni poseía grandes valores arquitectónicos que la hicieran destacar frente a otra parecidas como la de San Isidro o San Antonio de la Florida. Pero había una cosa, solo insinuada en esa época como probable, que su autor fuera Francisco de Sabatini.

De su interior sabemos que la Iglesia tenía un rico altar mayor de mármoles españoles y dos altares a los lados de menor categoría que estaban dorados. En estos altares destacaban tres cuadros de Mariano Salvador Maella. Estos tres lienzos son los que venían a buscar en ese día. Del altar central desmontaron la Inmaculada y los otros; San Francisco de Asís del altar de la izquierda y San Antonio de Padua del de la derecha. Antes, como dije se había trasladado el material más pequeño a los almacenes del Museo Municipal; como una lámpara de plata repujada que colgaba en el centro de la cúpula. También se llevaron un juego de cruces y candelabros que regaló Carlos IV, una inmaculada de marfil realizada por Andrea Imbros, un armónium y otros objetos de plata como un incensario, un copón y varias conchas de bautizar. Además, en unas cajas de cartón recogieron los libros donde se registraban los nacimientos, bautizos, bodas y defunciones. Durante la semana del 20 al 25 de abril de 1936 todo este material perfectamente catalogado fue trasladado a la calle Fuencarral con la intención de ser exhibido en las salas del museo.

¿Qué hacer con la Iglesia?

Hilario Molinos Gómez cura párroco durante 20 años de la iglesia de la Torrecilla en la Casa de Campo.

La iglesia que había estado en uso hasta el 14 de noviembre de 1933 en que Hilario celebró la última misa, quedaba ese día abandonada. El Ayuntamiento de Madrid, ahora administrador de la Casa de Campo jugó con la posibilidad de darle otro uso a la pequeña ermita. Se dijo que se pensaba hacer una escuela, cosa que parece descabellada dada su situación y la forma de la iglesia (no cabrían más de 30 alumnos), en un local con escasa iluminación (una linterna en la cúpula) y poco confortable en invierno. Ante estos rumores ya escribió en una revista el crítico de arte Emiliano Mateo Aguilera:

“Aunque sólo sea por el interés de los escolares, este no es el sitio adecuado”

y de la misma forma se expresó el alcalde de Madrid Pedro Rico López.

Hay que recordar que, durante la revolución francesa, según algunos, se utilizó como sala de baile, creo que quien diera veracidad a esa noticia desconocía el lugar del que hablamos, en realidad la palabra exacta que empleó el párroco fue “Casa de recreo” no sala de baile. Si las medidas eran escasas para aula, cómo sala de baile para la aristocracia no daban la talla; el cuadrilátero que formaban los altares laterales tenía 6,68 metros de ancho por 10 de largo y su mayor longitud estaba una vez pasado el estrecho pasillo de entrada de poco más de 2 metros de ancho y 6 metros de largo, entonces se llegaba a la parte más ancha y profunda, que una vez pasado el estrecho pasillo de entrada de poco más de 2 metros de ancho y 6 metros de largo, entonces se llegaba a la parte más ancha y profunda, que una vez quitado el altar, era de 11,5 metros de largo.

A duras penas podría un vestido de mujer atravesar ese pasillo y menos bailar con soltura varias parejas en un salón tan exiguo.

Luis de Vicente Montoya

Hoy gracias a los trabajos de Luis de Vicente Montoya todos conocemos mejor la Iglesia, incluso que aquellos que tuvieron la oportunidad de estar en ella.

¿Hubo antes otra Iglesia en el mismo lugar?

Respecto a la antigüedad de la Iglesia y su edificación sobre otra anterior, no tenemos apenas documentos que lo certifiquen. Las dudas las sembró Fernández de los Ríos cuando entre otros errores argumentó que la Iglesia era de los tiempos de Felipe II y todo por que vio los escudos, pues eran dos, de los Vargas en el pórtico de la Iglesia.

Dice Fernández de los Ríos sobre la Iglesia:

“El respeto de Felipe II a los escudos de Vargas, anécdota conocida, declara cierta monumentalidad en la edificación. Y es una fuentes de información para el edificio”.

Hay que señalar que fue Sabatini el que, no solo utilizó las columnas sobrantes de la reforma de la Casa de Campo de los Vargas (1773) en la nueva iglesia (1788) colocándolas como columna del soportal de entrada, sino que se llevó también los escudo de los Vargas que años antes había quitado del Palacete Renacentista. En este mismo desliz tropieza el crítico de arte Emiliano Mateo Aguilera en su trabajo de julio de 1934 sobre la Torrecilla, cuando dice:

 “el pórtico de la iglesia parroquial de la Concepción y San Carlos Borromeo, que, aprovechado para ésta, constituye la única huella, el solo testimonio de la existencia, no ya presunta, sino necesaria, de la pequeña iglesia o ermita que antecede en este lugar a aquélla, fundada por Carlos III en 1788; pórtico cuya antigüedad -subrayada por los escudos de los Vargas- no deja lugar a dudas”.

Anteriormente Elías Tormo Monzó profesor de Historia del Arte en su trabajo “Las iglesias del antiguo Madrid”, después de visitarla con sus alumnos en 1927, llega a la misma conclusión tocante a su antigüedad.

Nosotros a título personal mantenemos que los escudos de los Vargas pueden estar aún entre las ruinas de la iglesia.

Estos son los argumentos, pero en los distintos documentos consultados nada se dice de que en ese lugar hubiera otra ermita anterior. Y el argumento de Fernández de los Ríos y todos los historiadores posteriores de que la ermita no aparece en los grabados ni en los planos de Texeira porque estaba fuera del plano carece de rigurosidad, ya que si hubiera estado allí, Félix Castello la hubiera incorporado, ver sino los grabados de Wingaerde donde coloca la Casa de Campo de los Vargas fuera de contexto frente al Alcázar, grabado donde el autor desafía la perspectiva o el orden correcto, para conseguir meter en la lámina los elementos que considera interesantes.

¿Qué sabemos de cierto sobre la Iglesia de la Torrecilla?

La documentación sobre la construcción de la Iglesia es abundante, quizá de la que más información tenemos de las actuaciones de Sabatini en la Casa de Campo. Sería excesiva ponerla toda, por lo que nos limitaremos a transcribir la que nos facilita la información más interesante y como ha sido interpretada.

Sobre su fundación tenemos el texto que reza en el primer folio de sus libros, donde se lee: Real Parroquia bajo la advocación de Nuestra Señora de la Concepción y San Carlos Borromeo, fundada por el Rey N. S. Don Carlos III en 29 de junio de 1788.

Inaugurada la iglesia en la fecha ya indicada, vemos que Carlos III muere en la madrugada del 14 de diciembre de 1788, es lógico que algunos historiadores den como terminada la Iglesia en el reinado de Carlos IV. Uno de estos historiadores es Emiliano Mateo Aguilera que en su estudio personal de la iglesia dice:

“Es posible creer que para continuar las obras se someterían los proyectos al examen de Carlos IV y que el nuevo monarca desistió de la opinión de su augusto padre, dando rienda suelta a sus iniciativas más o menos personales, de modo semejante a como había obrado en otros parecidos asuntos. Los resultados de esta rectificación a la vista están. Se prescinde de la nave ya edificada, cruzándola en su centro por el actual pasillo y utilizando para viviendas lo que quedaba a ambos lados; se define el sagrado en cruz griega y se completan las dependencias y la parte habitable, levantándose, a este último electo, un piso que corre sobre la capilla bautismal -aprovechada últimamente para desahogar la sacristía, instalándose allí unos armarios de la época de Carlos III, con la cifra del rey, procedentes, sin duda, de los guardarropas del Palacio de Oriente; unos atriles y un pequeño armonio-, las habitaciones del ala izquierda del edificio y las que se encuentran a espaldas de este, donde se cerró el mismo con un patio tapiado en cuanto no hay mayor fábrica”.

Y años más tarde, Fernando VII se acuerda también de la iglesia de la Casa de Campo para regalarle un juego de campanas, con inscripciones relativas a la advocación de la iglesia, al fundidor -Me hizo D. Saturnino de Segovia, reinando el señor rey Don Fernando-, dicen ambas campanas y el año de su fundición, que fue el de 1815.

En 1868, y como consecuencia del triunfo de la revolución, se suprime el culto, que se rehabilita en 1875, al recuperar Alfonso XII el cetro español para los Borbones.

En 1931, a raíz de proclamarse por segunda vez la República, no es suprimido el culto, con el advenimiento del nuevo régimen por acuerdo del Consejo de Administración del Patrimonio de la República, acomete algunas obras de limpieza y saneamiento, a propuesta del concejal don Manuel Muiño  Arroyo.

Y para quien le interese, hago una relación de todos los párrocos conocidos que tuvo la iglesia desde su fundación hasta su voladura:

“El primer sacerdote que tuvo a su servicio la feligresía de la real parroquia de la Concepción y San Carlos Borromeo fue * Juan Fernández Villamil, nombrado cuando se funda ésta y fallecido en 1799.

Siguiéndole D. José Redondo, procedente de la iglesia de Rodajos, hasta 1805.

* Valero de Aro, también procedente de Rodajos, hasta 1815.

* Martin Laguna, hasta 1821.

* Pedro Joaquín López, hasta 1825.

* Sebastián López de Vizcaíno, hasta 1834.

* El licenciado Carrasco y Sánchez, que fue párroco accidental durante unos meses.

* Marcos Pérez, procedente de Rodajos, nombrado cuando pasa la feligresía de esta iglesia a la de la Concepción y San Carlos.

El culto se suprime en 1868 y al reanudarse en 1875 se nombra párroco a * Felipe Coderque, ya que en el intervalo que media entre el triunfo de la revolución y la restauración de los Borbones murió Marcos Pérez. Procedía aquél de Rodajos, donde estuvo atendiendo los tan limitados cultos que allí tenían lugar desde 1855 a 1867, año en que se cierra aquella iglesia, y permanece en la de la Torrecilla hasta 1880.

Le suceden * Julián Bermejo, hasta 1890.

* Fabián Cámara, hasta 1906.

* Bartolomé Galiana, que desempeña accidentalmente la parroquia unos meses.

* Anastasio Machuca, hasta 1916.

* Hilario Molinos Gómez, que, suprimidos los cultos en esta iglesia en 1933 hubo de pasar a las oficinas de la Administración de la Casa de Campo con el sueldo que tenía de 5,50 pesetas diarias, dejándole la casa parroquial, adosada a la iglesia, para que viviera en ella”.

Casa del Cura parte trasera de la Iglesia

Los últimos días de la Torrecilla

Extracto del relato de Tomás Niembro de la Concha al periodista Liaño Huidobro:

“La zona se había estabilizado en las semanas anteriores y desde las trincheras observamos Madrid con una claridad que nos dejaba ver las ventanas de las casas abiertas. La situación en los días previos a la voladura fue muy tensa para nosotros, demasiado, ninguno estábamos acostumbrados. Ya se habían terminado los túneles que se construyeron bajo todo el lugar, minas que se llenaron de explosivos el día diez y se terminó el once por la mañana. Era junio de 1937. La mayor carga la soportaban los edificios; una manzana de casas, la Torrecilla y sobre todo la Iglesia. El capellán me dijo que no me preocupara por volar la Iglesia, ya que a Dios lo habían echado los comunistas hacía años y que sólo era un edificio. La verdad es que por dentro y por fuera todo estaba destrozado y sin ningún adorno. Cuando llegamos se habían llevado todo y de las casas no quedaba más que los tabiques. En las cocinas se habían arrancado los fogones de hierro y las ventanas tenían los cristales rotos. Yo no estuve en noviembre, me incorporé dos meses más tarde, vine desde Asturias en mi condición de experto en explosivos y voladuras, aunque no era minero sabía más que ninguno, no es que aquí no hubiera, pero se desconfiaba de los mineros. Estaba con nosotros Laureano el “canario” él vino agregado a ponernos al tanto de la operación. En el fin de semana se había incrementado la presión de las tropas rojas, que sabiendo de nuestra difícil situación, al estar casi rodeados, nuestra única salida era la cuesta del cementerio. La presión era por tres sitios a la vez, manteniéndonos en las trincheras día y noche, teníamos prohibido refugiarnos en las casas y menos en la Iglesia ya que para la aviación era un blanco perfecto, como se vio en abril cuando nos bombardearon… 

Soldados en la Torrecilla 1937

…El sábado bajó de Garabitas el comandante Vitoria y después de una reunión en el cementerio con el teniente Cabrera este vino a verme con la orden de volar esa noche todo el conjunto. Miramos en un plano a lápiz que habían dibujado horas antes y señalamos las cargas y cómo detonarlas. Primero se volaría la torre, después la Iglesia y por último la casa de arriba. Sólo quedaba saber la hora. Pero no se nos dijo. Sabíamos que iba a ser en la noche porque se no libro de servicio durante el día a todos los que íbamos a intervenir. A las doce se retiró la compañía al cementerio y nos quedamos solamente los necesarios. Conocíamos aquellas galerías palmo a palmo y con los ojos cerrados hubiéramos podido entrar y salir sin equivocarnos. Cuando empezaron los disparos desde arriba, era la señal, activamos la primera carga, el intercambio de disparos se detuvo y nosotros nos movimos hacia la casa de abajo y la volamos, después la iglesia y unos minutos después la de arriba. Esperamos parapetados en silencio, y cuando pasado un tiempo ya no se oía nada, nos retiramos al cementerio, donde nos esperaban, vigilantes, el resto de la compañía. No hubo más disparos aquella noche”.

Así lo recogió la prensa

Madrid, lunes 14 de junio de 1937. –

A las nueve y media de la noche del domingo recibió a los periodistas el general Miaja y les dijo que no tenía ninguna noticia digna de especial mención que comunicarles.

Se encontraba en el despacho del general el jefe de su Estado Mayor, teniente coronel Matallana, a quien preguntaron los informadores a qué eran debidas las explosiones que se oyeron en Madrid durante la pasada madrugada, y el teniente coronel Matallana contestó:

La cosa no tuvo importancia. Parece que un polvorín que los facciosos tenían en lugar próximo a la capital, ha volado por alguna imprudencia de los encargados de su custodia.

Esto ha sido lo ocurrido.

En la Casa de Campo, los facciosos, ante el temor de quedar copados en un sector de aquel lugar, y de que fueran destruidas las posiciones que ocupaban, vuelan éstas, abandonándolas inmediatamente y dejándolas en poder de nuestras fuerzas.

Hace dos días los soldados que operan en el sector de la Casa de Campo pudieron observar que los facciosos parecían haber abandonado tres posiciones, desde las que se defendían de los ataques de nuestras tropas.

Estas tres posiciones eran la Casa de Labor, La Torrecilla y la iglesia de la Casa de Campo.

Más arriba está el cementerio, dominando estas tres posiciones bajas, a cuyas tapias nuestros soldados llegaron en más de una ocasión y se trajeron algunos fusiles que arrebataron a los rebeldes desde la parte de fuera de las aspilleras, quitándolos a tirones.

El Mando había dispuesto que se construyera una mina para volar estos edificios. Los facciosos, percatados sin duda de la maniobra, construyeron una contramina. Anteanoche, cuando la tranquilidad era absoluta, se oyeron tres formidables explosiones.

Las explosiones fueron como una señal. Desde el cementerio los facciosos comenzaron a hacer un fuego intensísimo. Todas sus máquinas disparaban sin cesar, sus morteros y su artillería.

Ante aquel tiroteo incesante, nuestros soldados no perdieron la serenidad y apenas se molestaron en contestar, disparando escasísimos tiros. A las tres y media de la mañana se hizo la primera descubierta. Un poco más tarde comenzó a clarear, y nuestros hombres observaron, con gran asombro, que ninguna de las tres edificaciones mencionadas existía. Únicamente se observaban algunos incendios en los sitios donde las edificaciones se alzaban.

Fácilmente fueron ocupados por nuestras tropas estos tres lugares.

Un jefe de la 75 brigada ha explicado así el caso: La situación de ellos era cada vez más difícil.

Día a día veían cómo nuestras trincheras les iban cercando sin disparar un solo tiro. Sospecharon también la mina que estábamos construyendo, e hicieron una contramina.

Por datos que han facilitado algunos evadidos se sabe que estaban con el alma en un hilo esperando de un momento a otro se produjera nuestra voladura. Anteanoche, algún indicio les indujo a suponer que la cosa se iba a realizar de un momento a otro, y sin esperar a más se fueron de las tres posiciones, haciendo saltar la carga de dinamita, que fue de más de diez mil kilos.


DESDE ESTE LUGAR DE LA IGLESIA PUEDES VISITAR

De estos elementos solo queda la Era y las ruinas del Cementerio.

De la Iglesia, la Casa de Labor y la Torrecilla apenas quedan huellas.

Deja un comentario