Historia de la Feria del Campo

Historia de un recuerdo

El Recinto Ferial, vestigio de la antigua Feria del Campo en la Casa de Campo de Madrid, ocupa tres de los cerros que se levantan en la cornisa derecha del Manzanares.

Hábitat no solo de los primitivos animales y sus antiguos cazadores, sino de todos los pueblos que alguna vez estuvieron en Madrid.

Bajo sus tierras arenosas, tal vez profanadas o simplemente ocultas están las huellas que los romanos, visigodos, árabes y judíos dejaron en estos Cerros de El Retamar, El Almendro y sobre todo en el de Cachadizas.

La cima del Cerro de Cachadizas con el Pabellón del I.N.I. hoy teatro

Cerros cuyas laderas se deprimen a un lado del Arroyo de Luche por el sur y por el Arroyo de los Meaques al norte.

No en vano fueron estos terrenos el capricho que el Rey Felipe II tuvo para que Madrid fuera la capital de la corte.

Es sin duda el mejor lugar de cuantos se podrían elegir para contemplar Madrid y quizá uno de los peores tratado, porque no solo fue el expolio de un lugar «intocable» que a todos nos pertenece como es la Casa de Campo, sino que cuando se había llenado de edificios singulares, de la noche a la mañana se abandonan a su suerte entre la desidia y la insensibilidad por la arquitectura del pasado.

Cuántas cosas se habrán perdido para siempre.

Normalmente suele ser tarde cuando uno se da cuenta de lo injusto que se es con el pasado, ya que dándole la vuelta a Jorge Manrique:

“Cualquier tiempo pasado nos parece que fue peor”.

Y es cierto que a veces habría que plantearse si el mundo avanza o retrocede, en esa especie de goma que se estira o se contrae.

Al fondo el Paseo de Extremadura 1952

Los que vivíamos en los barrios periféricos de Madrid, como el Barrio de El Lucero, el Sitio de El Batán o el Paseo de Extremadura donde las viviendas, por lo menos algunas, era minimalista y sintética por la escasez y el desorden constructivo; sin agua corriente en las casas y luz intermitente que se iba y venía sin razón alguna, eran los años 50 del siglo XX.

Viviendas y chabolas que se compraban sin escrituras, se ajustaban de palabra, pasando de unas manos a otras. Recordamos que desde estos lugares, rebosantes de niños «exploradores» que se adentraban en la Casa de Campo para ensanchar su imaginación, niños que bebían y se bañaban en el Arroyo de los Meaques y en la Cacera del Pinar de las Siete Hermanas mojaban sus pies. Niños como nosotros que cazaban culebras y ranas en los cenagales del antiguo Lago de Patinar, niños a los que la Feria del Campo dejó profunda huella.

Recordamos que de pronto, sin saber exactamente por qué, en ciertos años y anunciando la primavera veíamos un ejército de trabajadores llegados de todas los lugares. No importaba la edad ni el lugar de su origen, venían para restaurar, remozar o levantar de nuevo los pabellones de la Feria del Campo, algunos de ellos los habíamos destrozado la chiquillería en nuestras incursiones por esos pabellones misteriosos y abandonados durante tres años.

Una vorágine de camiones y personas que demolían las ruinas de lo antiguo o trazaban los cimientos para edificar lo nuevo.

Como las golondrinas, la feria volvía cada tres años. ¡Pero aquellas ya no volverán!

Así comenzaba una nueva Feria del Campo.

Nuestro barrio se llenaba de gente que venía de muy lejos

En algunas casas se aprovechaba estas venidas para ocupar las habitaciones libres con los obreros de la construcción, a los que se le daba cobijo y comida por algo más de 200 pesetas al mes.

Muchos de estos jóvenes o padres de familia se quedaban después en Madrid en la floreciente proliferación de barriadas que surgían a pocos metros de la feria.

Algunos fines de semanas las calles y los bares se llenaban de los familiares de los alojados que venían a visitar Madrid aprovechando la llamada de sus padres, hermanos o novios.

Allí cabían todos, con aquellos campos inmensos que rodeaban la Feria.

Se trabajaba a destajo, de noche y de día y como en una colmena, todo era ir y venir.

Los niños del barrio eran los primeros en ver las nuevas construcciones, pabellones con su nueva vestimenta. Se colaban por todas partes sorprendiéndose de las maquinarias y los materiales extraños que se utilizaban para la construcción.

Una explosión de luz y colorido, de olores a desinfectante zotal era la contraseña que anunciaba la próxima inauguración de la feria que siempre era en mayo.

Llegaban los animales en camiones y carretas, algunos se resistían a bajar y otros intentaban escapar. Los ganaderos los aseaban con mangueras y los enjaezaban con mimo para exhibirlos con ridículos adornos.

Antes de que se abriera al público, la chiquillería ya estaba allí. Era un acontecimiento que aún hoy recordamos muchos con la sensación de lo único; el olor, la comida y sobre todo los regalos que daban en los pabellones. Los gorros del flan chino mandarín y los de cresta de pollo de Avecrén.

Había niños expertos en coger de todo; insignias, gorros, globos, bolsas, banderines y un sinfín de folletos, y si tenían suerte; Donuts en el pabellón USA, galletas de Aguilar de Campoo en el Pabellón de Palencia o un Danone en un stand que parecía una heladería. Algunos niños incluso montaban en las cintas transportadoras de la paja para el ganado y conducían un tractor para que se viera lo fácil que era o se tomaban una copa de quina Santa Catalina.

Todo esto a pesar de que en los pabellones había una especie de vigilancia contra la chiquillería y si eran muchos los echaban y si insistían podían llevarse algún bofetón.

El festín duraba un mes. La fiesta resonaba por los altavoces y se oía desde todo el barrio como si de una verbena se tratara.

Los pabellones se abandonaban a su suerte

Luego venía la clausura, el cierre y la decadencia, en algunos pabellones se quedaban gentes a vivir como vigilantes, otros se tapiaban y hasta la próxima.

No hay nada más triste que el abandono, bastaban unos meses para que todo resultara viejo y sucio. El blanco puro de la cal se marchitaba con las primeras lluvias.

Cuando la feria se acabó en 1975, vino una época de Ferias y Certámenes que mantenían los principales pabellones adecentados.

Con la apertura en 1991 del Recinto Ferial Juan Carlos I se acabó por llevar poco a poco todas las celebraciones a las nuevas instalaciones.

Del esplendor de aquellos días apenas quedan algunas huellas o ruinas. Lo que fue y pudo haber sido un lugar lleno de posibilidades. Alguien, no sé quién, se encargó de que nada fuera posible. 

Lo que vemos ahora son los restos de aquel naufragio, los remiendos que quedan de aquella torre almenada.

Con mis amigos Andrés Walliser, José de Coca y Luis de Vicente que tanto saben.
Quien nos iba a decir a nosotros que años después enseñaríamos la Feria del Campo junto a José de Coca 2018

LA HISTORIA DE LA FERIA DEL CAMPO

En 1948 el Gobierno de la Nación decide que se vuelvan a celebrar los antiguos certámenes en los mismos terrenos de la Casa de Campo, pero no solamente como concurso de ganaderos, sino ampliando su atención a los productos del campo en general, cosa que ya se había hecho en las exposiciones de 1926 y 1930.

Francisco de Asís Cabrero Torres-Quevedo arquitecto responsable de la feria

El proyecto arquitectónico se le da al arquitecto santanderino Francisco de Asís Cabrero Torres-Quevedo (1912-2005) -sobrino del famoso inventor Leonardo Torres-Quevedo- que era Jefe de la Oficina Técnica de la Obra Sindical del Hogar y a Jaime Ruiz Ruiz que reciben el encargo de organizar el antiguo conjunto de pabellones que formaban el proyecto primitivo y trazar nuevos itinerarios.

Carteles de las distintas ferias

Fue señalada como fecha de inauguración del primer certamen el mes de mayo de 1950, comenzando las construcciones en enero, lo que deja bien a las claras el esfuerzo que hubo que hacer para poder inaugurar la I Feria Nacional del Campo, el 27 de mayo de 1950.

Una vez que el certamen tiene éxito se suscribe un contrato entre Patrimonio Nacional y la Organización Nacional de Sindicatos con fecha del 20 de abril de 1951 en él se cedía en arrendamiento a la Delegación Nacional de Sindicatos de F.E.T. y de las J.O.N.S una parcela de terreno de la Casa de Campo de 670.000 metros cuadrado, aproximadamente, por un periodo de treinta años que empezarían a contar desde el 1 de enero de 1951. Se fijaba un precio de arriendo anual simbólico de 1.675 pesetas.

El éxito de la muestra lleva a sus organizadores a internacionalizar la feria y así sucede con las siguientes. En el año 1953 se celebra la II Feria Internacional del Campo ampliando su superficie de los 150.000 m2 que tuvo la primera feria a 700.000 m2.

Celebrándose a partir de entonces los distintos certámenes con un intervalo de dos o tres años, durante los meses de mayo y junio. Con el siguiente orden:

I Feria Nacional del Campo en el año 1950, II Feria Internacional del Campo en el año 1953, III Feria Internacional del Campo en el año 1956, IV Feria Internacional del Campo en el año 1959, V Feria Internacional del Campo en el año 1962, VI Feria Internacional del Campo en el año 1965, VII Feria Internacional del Campo en el año 1968, VIII Feria Internacional del Campo en el año 1970, IX Feria Internacional del Campo en el año 1972 y la última la X Feria Internacional del Campo en el año 1975.


La Feria del Campo se dividía en Pabellones que representaban a las provincias españolas a través de la Cámara Oficial Sindical Agraria creadas por decreto de 18 de abril de 1947 y que se escribía con las iniciales C.O.S.A. en ella se integraron las Hermandades Sindicales de Labradores y Ganaderos.

Pabellón de Alemania

Los países extranjeros también estaban representados por Pabellones, así como los Ministerios o los llamados Pabellones Especiales o Generales como el Pabellón de los Exágonos o el de Argentina.

La mayoría de los Pabellones eran montados sólo para un certamen, por lo que eran derribados al finalizar este. Otros, sin embargo, los de mayor valor arquitectónico, eran conservados para la siguiente feria con algunos retoques o añadidos.


Como documento de extraordinario valor recogemos a continuación algunos pasajes publicados en las revistas de arquitectura de la época y otros incluidos dentro del Plan Especial, donde los arquitectos hablan de cómo era la Feria del Campo.

I Feria Nacional del Campo año 1950.

Los edificios se realizaron con los sistemas constructivos tradicionales, mediante la repetición de bóvedas, arcos parabólicos y contrafuertes de ladrillo, evitando así, la utilización del acero, material muy escaso y caro en aquellos momentos.
Se imponía cómo “cuestión obligada” para los arquitectos, respetar e incorporar al proyecto los valores de la naturaleza del entorno, una ladera sombreada de pinos, con una suave pendiente hacia el río Manzanares, desde donde se divisan las vistas de la “cornisa” de Madrid.

Como hemos comentado, la ordenación del conjunto de la I Feria Nacional del Campo, se adaptaba a la existencia de los restos conservados de las exposiciones ganaderas de los años treinta.

El esquema de organización general consistía en una calle de circunvalación, pegada a los bordes del recinto, que rodeaba el Zoco central, la plaza porticada representativa y la Pista Pequeña. En este anillo se dispusieron dos ejes representativos: El primero y más importante, organizaba la Feria de este a oeste en sentido ascendente, comunicando la plaza porticada de recepción con el final del mirador de la Torre restaurante, bajo los pinos y el Anfiteatro. En la parte central de este recorrido, a ambos lados, se encontraban los pabellones de las provincias.

Como le gustaba definir a Francisco Cabrero la Feria: “acceso, núcleo representativo, zoco expositivo, pinar de esparcimiento y torre mirador”.

El segundo eje unía la pista de exhibiciones y el antiguo Pabellón de Industrias Cárnicas al sur, con el Zoco en la parte central, y el Pabellón de Maquinaria al norte.


Alejandro de la Sota Martínez (1913-1996) nos transmite mediante sus comentarios, en un artículo del año 1950, la sensación que producía al visitante el ambiente de “arquitectura sana, limpia y de orientación acertada”, sólo alterada con la presencia de algunos pabellones añadidos en el último momento, que desmejoraban la calidad de la propuesta original, planteada por Francisco Cabrero y Jaime Ruiz.
El acceso principal a la Feria se realizaba próximo a Madrid aprovechando una ordenación de álamos y pabellones existente, resto de las últimas exposiciones de ganado de los años 30, entre los cuales destacaba un pabellón de planta basilical con tres naves, reutilizado cómo Pabellón de Industrias Cárnicas -Pabellón de Mayorales- y que todavía hoy se conserva.
Al final de esta Avenida “francamente pobre” según Alejandro de la Sota, se accedía por una escalinata a la plaza principal, rodeada de soportales formados por contrafuertes y bóvedas de ladrillo. Este logrado espacio diáfano alrededor de una fuente central de piedra, servía de vestíbulo a la sala de recepciones y al salón de actos. Atravesada la plaza, continuaba el itinerario ascendente. A un lado y otro iban apareciendo los “stands”, ocupados por las regiones representadas, con una ordenación a lo largo de distintas calles en las que se recreaban diversos ambientes mediante la combinación de testeros, arcos y patios.
Una Avenida perpendicular unía el Pabellón de la Maquinaria con la Pista de Exhibiciones, también resto de los años 30. El Pabellón de la Maquinaria adaptaba su bella solución abovedada al trazado curvo en planta del itinerario perimetral de la Calle de la Herradura, cerrando el recinto hacia el Barranco del Arroyo de los Meaques que discurre bordeando El Lago de la Casa de Campo. Más arriba aparecían los “Stands bajo los pinos” con muros de mampostería y cubiertas planas de cristal prensado, bajos y marcadamente horizontales, se integraban adecuadamente en el pinar y permitían “descansar un poco del exceso de las bóvedas de la Feria”.

El Pabellón de la Maquinaria para Alejandro de la Sota era de los edificios más acertados. En la cota más alta de la ladera se dispuso la Torre Mirador y el pequeño Anfiteatro orientado al Lago. En la última planta, desde el restaurante sobre un atrevido voladizo -único punto en el que se utilizó el hierro- se ofrecía al visitante, en primer plano, la perspectiva de los pabellones ya visitados y al fondo, sobre los árboles, las magníficas vistas del Palacio Real y el resto de la ciudad.
El itinerario descrito correspondía al trazado original de la Feria y respondía, como se ha visto, a un plan y recorridos prefijados, bellamente resueltos.
Este esquema sufrió una ampliación “de última hora” al oeste, en la que se dispusieron de forma aislada las naves de exposición de ganado -recuerdo de los modelos “monol” de Le Corbusier -, el Pabellón de Marruecos, el de la Obra Sindical del Hogar; formado por tres naves de sección parabólica, parecidas a los hangares de aviones, y famoso por su gran arco de hormigón -reclamo o atractivo de visitantes- que afortunadamente ha logrado sobrevivir conservándose hoy delante de la Escuela de Hostelería; todos proyectados por Francisco Cabrero y Jaime Ruiz. También destacaba, por su curiosa planta el Pabellón de la Unión Nacional de Cooperativas del Campo de los arquitectos Carlos García San Miguel y Manuel Jaén.

Hasta la IV Feria Internacional del Campo de 1959

A principios de los años 50 el programa planteado por la organización sindical varía, ya que el certamen pasa a ser internacional en 1953, produciéndose la extensión del recinto Ferial hacia el Oeste hasta las vías del ferrocarril suburbano, con un aumento de superficie de cuatro veces y media. Prescindiéndose de toda sujeción a lo antiguo, Cabrero y Ruiz proyectan la nueva ordenación urbanística de pabellones aislados a lo largo de un vial más ancho que une la parte antigua con la ampliación, produciéndose dos nuevos accesos a la Feria: uno, por el actual paseo de la Puerta del Ángel que separa transversalmente las dos partes, conectando la Avenida de Portugal con la estación de metro y la zona de esparcimiento lindando con la nueva piscina municipal próxima al Lago; y el otro, más al oeste, al final de la gran curva, otra vez, en la cota más dominante donde se emplaza el nuevo conjunto central formado por el Palacio de Agricultura y la “gran” Pista de Exhibiciones.
Se vuelve así a repetir el esquema ascendente con un nuevo acceso desde la Avenida de Portugal con escalinata, de mayores proporciones que el antiguo, con taquillas, teléfonos y aseos, solo que el recorrido finaliza ahora -como ya hemos dicho- en la cota dominante, con el Palacio de la Agricultura y la gran Pista de Exhibiciones que se sitúa debajo aprovechando la vaguada natural existente.
El Palacio de Agricultura. Es un gran edificio horizontal, diáfano en el interior, con planta en S que abraza hacia el este la pista, creando hacia el oeste un gran espacio urbano de acogida en el centro del cual debía elevarse una torre conmemorativa, hito visible desde cualquier punto de la Feria. Lamentablemente la Torre Conmemorativa ha desaparecido y el Palacio de la Agricultura se transforma más tarde en Pabellón XI hasta quedar prácticamente irreconocible, salvo en la bella fachada de ladrillo y granito hacia el oeste. El esquema en S del conjunto evoca la solución adoptada en la anterior Feria Nacional, con la pérgola, el Anfiteatro y la antigua Torre Mirador como remate. También se retoma la solución de la calle de circunvalación en el perímetro de este segundo recinto.
Con la construcción de este conjunto, que se ha ido alterando visiblemente hasta hoy en día; primero con el torpe añadido que transforma la sutil planta del Palacio de Agricultura en la forma de la que toma su nueva denominación de Pabellón de “La Pipa”, más tarde con el Palacio de Cristal -paradójicamente del propio creador de la mencionada ordenación del Recinto-, y por último con el “Madrid-Arena” , se fijan las trazas generales del recinto ; “una gran cuña de campo que se introduce en la ciudad” y que se han mantenido a lo largo de los años hasta la actualidad.
En la I Feria los “stands” de las provincias se situaban, como hemos comentado, en el Zoco a ambos lados del eje principal este-oeste. Ahora cada provincia, representada por las Cámaras Oficiales, dispone de un pabellón propio que se irá situando a cada lado de la calle de circunvalación. Parece como si el esquema lineal y la arquitectura extensiva y seriada de arcos y bóvedas del Zoco de la I Feria hubieran derivado hacia un planteamiento más orgánico y paisajista.
La dispersión y la singularidad, en lugar de la concentración y la homogeneidad, son los criterios compositivos que aparecen en el nuevo recinto.
A finales de 1956 tiene lugar otra ampliación decisiva en el recinto. Ya que el número de participantes “temporales” va aumentando con cada convocatoria, y la zona de la Avenida Principal donde se sitúan el conjunto del Palacio de Agricultura ha quedado “algo constreñida” debido al fuerte desnivel. Se decide ampliar la zona de pabellones temporales al norte. La construcción de un enorme muro de piedra, de sección variable, conteniendo la curva de la Avenida Principal permite la disposición de tres planos horizontales a distinta cota, escalonando la topografía hacia la ronda de El Lago. Sobre esta sucesión de terrazas, resuelta con otros muros y escalinatas paralelos, se irán situando, esta vez, las distintas construcciones desmontables como fue el caso del Pabellón de Ensidesa, del madrileño Rafael Leoz de la Fuente (1921-1976).
En cuanto a la arquitectura de cada pabellón nos encontraríamos un amplio repertorio de soluciones. Tendrían cabida los de inspiración popular y representativos de la arquitectura típica de las provincias, muchas veces recargados en lo formal y otras con buenas reproducciones de elementos históricos como la Nueva Puerta de la Bisagra en el de Toledo o la Torre de Bujaco en el de Cáceres.
Un segundo conjunto serían aquellos que aun utilizando las soluciones constructivas de la arquitectura popular, se reconducen hacia planteamientos modernos mediante la abstracción y reelaboración de los tipos originales. Corresponderían a los realizados por los arquitectos jóvenes del momento. Buenos ejemplos de esto eran el Pabellón de Ciudad Real, obra de Miguel Fisac Serna (1913-2006), el Pabellón de Pontevedra, de Alejandro de la Sota, el de Canarias de Secundino Zuazo ó incluso el de Asturias de Francisco y Federico Somolinos, desaparecidos los tres primeros y conservado prácticamente intacto el cuarto.
Generalmente estos edificios se organizaban en función a unos tipos preestablecidos por los arquitectos del recinto. Las plantas se suelen organizar en L o en U en torno a un patio representativo, generalmente de acogida. La volumetría queda limitada por las dos alturas y siempre los pabellones tienen un marcado carácter horizontal, si bien, normalmente tienen una torre emblemática, de tres alturas, o algún elemento escultórico vertical, que sirve de reclamo y funciona como hito para que el público se orientase durante la Feria. Se sitúan aprovechando al máximo la topografía original, abancalando el terreno mediante terrazas cuando resulta necesario.
Entre los distintos pabellones situados en el nuevo trazado -más visible desde la Avenida de Portugal- destaca como ya hemos dicho el Pabellón de Ciudad Real obra de Miguel Fisac y Germán Valentín, muy alabado por la crítica arquitectónica del momento. Situado entre dos calles paralelas en un solar muy tortuoso, resuelve la planta pegando las edificaciones a los bordes, creando una secuencia espacial de patios, tapias y pórticos, compromiso acertado entre las soluciones populares y los planteamientos de la arquitectura moderna; lamentablemente desaparecido, hoy en día solo puede conocerse por los pocos testimonios gráficos que de él quedan.
La arquitectura inequívocamente moderna se reservaba por lo general para los pabellones representativos de las instituciones participantes y del Comisariado General de la Feria. De grandes dimensiones, proyectados normalmente por Francisco Cabrero y Jaime Ruiz o arquitectos afines a los planteamientos modernos. Muy destacables a este respecto son el Pabellón Principal -actual Pabellón de Convenciones IV-, con su cubierta ondulada y su gran marquesina de inspiración casi constructivista, el de la Obra Sindical del Hogar, el de la Alimentación (“Bancadas”), el de Argentina, el de Exágonos, el de Cristal y tantos otros, que son buenos ejemplos de la utilización de los principios asimilados de la arquitectura moderna en sus claves racionalista, funcional, orgánica o nórdica. Entre otros pabellones de interés – aunque actualmente muy poco conocidos -, cabe destacar algunos que tras mantenerse en pie hasta los primeros años 80, han sido posteriormente derribados o gravemente alterados: La Cámara Sindical Agraria de Pontevedra de Alejandro de la Sota, el Pabellón de Jaén de Guerrero, Irribaren, PrietoMoreno y Romaní, el de Canarias de Secundino Zuazo, el del Vino Español de Carlos de Miguel González, el de Huelva de Luis Manzano Monis, el Pabellón Internacional de Francisco Cabrero y Jaime Ruiz, el del I.N.I de Juan B. Esquer y Javier Bellosillo o el no muy conocido de la Obra Sindical del Hogar de Felipe Pérez Enciso y Francisco Cabrero.

Durante estos 10 años se suceden las distintas ediciones de la Feria con un importante éxito de público.


Este periodo “ascendente” culmina con la instalación en el recinto del Pabellón desmontable que representó a España en la Exposición Universal de Bruselas en 1958, obra de R. V. Molezún y J.A. Corrales. El Proyecto, primer premio del Concurso Nacional convocado por el Ministerio de Asuntos Exteriores en 1956, fue uno de los protagonistas de la exposición, junto al Pabellón de Finlandia de Reima Pietilä, el de Noruega de Sverre Fehn y el Pabellón Philips de Le Corbusier. Supuso en aquel momento la apertura y el reconocimiento internacional de la arquitectura española. El pabellón, de “felicísima concepción estructural” según Miguel Fisac, arquitecto miembro del jurado que otorgó el premio, resolvía con la repetición de un único elemento, el paraguas hexagonal fabricado con tubo de acero y paneles de hormigón aligerado, variable en altura y autónomo en sustentación y desagüe, los requerimientos exigidos en el Parque Heysel de Bruselas: gran zona de árboles a respetar, fuerte desnivel y contorno irregular del terreno, y un sistema estructural facilmente montable y desmontable, para su posterior traslado a la Casa de Campo, donde hoy permanece en su mitad abandonado.

Hasta la X Feria Internacional del Campo de 1975.

Iniciarían esta etapa, si seguimos el rastro de las nuevas construcciones que van apareciendo, la ya mencionada instalación del Pabellón de Bruselas en su variante de Madrid, configurada en torno a patios, adaptándose a la nueva parcela y a los diferentes requerimientos del programa de exposiciones que se preveían. La Escuela Nacional de Hostelería y el Pabellón de Exposiciones del Ministerio de la Vivienda, obras también de Francisco Cabrero y Jaime Ruiz, en las que los planteamientos constructivos derivados de la escasez del hierro como material estructural desaparecen en favor de una arquitectura en la que el acero, utilizado en las claves del leguaje moderno, es el protagonista del interior y exterior de los edificios.
En 1964 fruto del desarrollo y la mecanización del campo, desde el Comisariado General de Ferias y Exposiciones encarga al equipo formado por Francisco Cabrero, Luis Labiano y Jaime Ruiz, la construcción del Pabellón de Cristal. Su acertada solución estructural, que combina la gran estructura metálica de las cerchas de cubierta, sostenida por las pilas inferiores y el forjado de hormigón armado, resolvía simultáneamente los factores de urgencia que condicionaban la construcción del pabellón, así como las exigencias funcionales que debía satisfacer.
Dedicado a exposiciones monográficas, preferentemente industriales, se requería un gran espacio abierto, lo suficientemente flexible, para permitir la exposición simultánea de objetos diversos y heterogéneos, materiales de dimensión reducida y delicados, junto a maquinaria pesada y de gran volumen. Al exterior la sabia combinación del negro del vidrio, con el rojo de la estructura y el plateado de las carpinterías junto al gran tamaño de la pieza dotan al recinto Ferial de la Casa de Campo de un magnífico edificio, de gran escala, protagonista junto a El Lago y la vegetación de este privilegiado lugar de nuestra ciudad, aunque colocado en una más que discutible ubicación.
En 1966, poco después de la construcción del Pabellón de Cristal, se realizan también con urgencia, los pabellones que deben rematar la Avenida Principal hacia el norte y servir de adecuado contrapunto al nuevo pabellón. El Pabellón del I.N.I., un prisma ciego de aluminio, bajo y alargado, abierto en la planta baja que parece flotar sobre la calle. En el difícil espacio en cuña entre la ronda de El Lago y la cuesta del Arroz, la fuerte topografía condiciona el desarrollo del Pabellón de la Alimentación “Bancadas” de Francisco Cabrero y Jaime Ruiz. Al exterior, una gigantesca cubierta inclinada suaviza el desnivel, dentro de una -solución de terrazas expositivas de gran tamaño, solución experimentada con enorme éxito en el Pabellón del Ministerio de la Vivienda-, que dan lugar a un espléndido espacio que permite al público dominar desde arriba todos los contenidos expuestos.
Hacia finales de los sesenta se convoca el concurso para construir el Pabellón de Argentina en el espacio que queda entre los pabellones de Bancadas y del I.N.I. Resulta vencedor el arquitecto argentino Clorindo Testa. El edificio, un contenido pabellón de planta cuadrada que mira al Lago, se resuelve con estructura metálica, vidrio y remate de celosías de madera. Un ejemplo singular, sin duda, en la dilatada obra de este personaje de fama internacional.
Este periodo, en el que se siguen sucediendo las Ferias con gran aceptación por parte de público y profesionales del sector, concluye en 1975 con la X Feria Internacional del Campo. Este es el momento en que el recinto ferial ha alcanzado su máxima extensión en superficie y número de pabellones, unos 160 según el Plano Guía de 1972. Se conservan en buen estado casi la totalidad de los pabellones de los dos periodos anteriores salvo algunos que han desaparecido al haber sido sustituidos, como por ejemplo el de Pontevedra de Alejandro de la Sota, sustituido por el edificio que ahora alberga al restaurante “A Casiña”.

Último periodo hasta la actualidad

A partir de 1975, durante los años de la Transición Democrática, el recinto Ferial depende del Ministerio de Agricultura. En esta época se intenta mantener, de manera bastante forzada, la importancia de anteriores convocatorias. Surgen en esta época iniciativas como la de la Ciudad de los Niños, situada en la zona correspondiente a la I Feria Nacional del Campo, lo que supone la pérdida total del conjunto proyectado por Francisco Cabrero y Jaime Ruiz, a excepción, de la Torre Restaurante (finalmente demolida más tarde), el Anfiteatro, el Pabellón del Instituto de Colonización, el Pabellón del Ministerio de Agricultura y los Pabellones de Industrias Cárnicas y Servicios Generales. A finales de los 70 el Ministerio de Agricultura traspasa los derechos de explotación al Ayuntamiento de Madrid, creándose a continuación -el 31 de julio de 1980- la fundación pública denominada Patronato para el aprovechamiento de las instalaciones del Recinto de la Feria del Campo y para la conservación y gestión de los edificios y espacios exteriores.
Durante esta época el interés de la administración se dirige al apoyo de los distintos certámenes convocados por el IFEMA, concediéndose por parte del Ayuntamiento los derechos de explotación de los pabellones más grandes: Pabellón de Cristal, Pabellón “La Pipa” y Pabellón de Bancadas. Situación que se ha mantenido hasta la finalización del recinto Ferial Juan Carlos I en Barajas.
Desde 1985 las actuaciones en la Casa de Campo se han caracterizado por la adopción de una política de “labores esponjamiento” consistente en el derribo de los pabellones que no se utilizaban, debido a que las concesiones a los organismos que poseían las antiguas casas regionales, o sociedades privadas; restaurantes, discotecas, etc… habían finalizado. Dichas “labores” se justificaron desde la administración municipal cómo necesarias para evitar la ocupación de pabellones por sectores marginales de la población, pretendiendo con la adopción de estas medidas, recuperar el estado primitivo de la ladera original.
La calificación del recinto en el nuevo PGOUM de 1997 cómo Área de Ordenación Especial supuso un importante avance para la conservación del valor paisajístico y arquitectónico del recinto, aunque sólo se catalogaron 3 edificios. Dos con protección Integral, el Pabellón de los Exágonos y el Pabellón de Cristal y uno con protección estructural, la escuela de Hostelería.
Sobre la pérdida irreparable de todas las edificaciones de la I Feria Nacional de 1950 y algunos de los pabellones más significativos de ferias posteriores realizados por arquitectos cuyo papel profesional y crítico en aquellos años e influencia en la arquitectura contemporánea está sobradamente demostrado, creemos que huelga cualquier comentario.


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