El agua en la Casa de Campo

Reflexión:

«Una de las cualidades del ser humano en su avance, es la experiencia y lo que de ella saca de provecho».

Depósito de Aguas en 1932

Con la experiencia se prevén ciertos acontecimientos al saber los ciclos que se repiten en la naturaleza y así se evitan los males que producen esos acontecimientos.

Todos podemos ser expertos:

Zahorí

ZAHORÍES EN LA CASA DE CAMPO

Archivo General de Simancas. Fondo Sitios Reales. Legajo número 247, fol. 44.

En 1562 Juan Bautista de Toledo y Jerónimo de Algora se valen de «Juanico, un muchacho zahorí…» que encontrará en la Casa de Campo varios manantiales.

Los zahories no tienen ninguna ventaja fuera de lo común. Son expertos en descifrar ciertas señales y evidencias que el agua deja en su discurrir, ya sea sobre el terreno, ya sea en la observación de una determinada planta que abunda en un lugar concreto. También se valen de las características del entorno; de las vaguadas y desniveles, de la composición de las rocas etc. Pero lo que más útil les resulta es la trasmisión de datos que su padre le transfiere, y digo su padre porque los conocimientos de los zahories o radiestesistas se transmite solamente de padres a hijos.

Lo demás son ceremonias para revestir los conocimientos y darle un carácter mágico.

Seguro que lo que vamos a decir muchas personas lo saben, pero esto no es óbice para qué, por su importancia, os lo recordemos:

Actualmente, hay en la Tierra la misma cantidad de agua que existía hace 3.800 millones de años atrás, época en que se formó el agua en nuestro planeta. Esto se debe a que el ciclo hidrológico permite que continuamente se utilice la misma agua, la cual se encuentra en diferentes estados: sólida, líquida o gaseosa. Cada vez que tomamos un sorbo de agua, esta es nueva para nosotros, pero no es agua nueva: esta agua ha sido reciclada una y otra vez desde los comienzos del universo por diversas formas de vida.

En la tierra existe 1.386.000.000 kilómetros cúbicos de agua de ella solo 10.633.450 kilómetros cúbicos es agua potable. Parece bastante agua potable, pero el problema es que el 99% de la misma es agua subterránea, inaccesible para los seres vivos que poblamos la superficie del planeta.

Este es uno de los motivos por los que hay que darle un buen uso a la poca agua potable a la que tenemos acceso, porque esta sí que puede disminuir en su porcentaje.

EL AGUA DE LOS ARROYOS DE MADRID

Desde siempre, Madrid ha comprendido la necesidad de conservar sus arroyos y el caudal de sus aguas, y por ello se acuerda el 9 de abril de 1434 lo siguiente:

“Otrossi, los dichos sennores díxeron que porque fallaron que era cosa muy damnosa para la dicha Villa dar ningun arroyo de Madrid nin de su tierra, ordenaron que de aquí adelante para siempre xamás los dichos arroyos sean inalienables, que se non puedan dar, nin vender, nin trocar, nin enagenar, nin acensuar á persona alguna, é qualquier enagenamíento que contra esta Ordenanza se fiziere, sea en si nenguno é de ningún valor ni efecto”.

Que dicho en castellano moderno viene a decir:

“Que ningún arroyo de Madrid puede ser propiedad de una persona, ni que esta pueda venderlo y que cualquiera de estos hechos se consideran delito y sin ningún efecto”.

Y continua el acuerdo con sabias disposiciones que bien nos valdrían en estos momentos.

Poco hay que añadir a este texto.

LOS DESASTRES CLIMATOLÓGICOS.

Hay grandes dificultades para acceder a la climatología de otras épocas y menos cuando estos acontecimientos no eran noticia escrita.  En el trabajo de Armando Arberola Romá: Riesgos y desastre natural en España del siglo XVIII; Episodios meteorológicos extremos y sus efectos a través de la documentación oficial, la religiosidad popular y la reflexión científica. (fondos FEDER), nos da alguna idea de estos desastres, pero siempre a través de documentos que hablan más bien de las reparaciones que deben hacerse sobre los elementos que han sido perjudicados por las aguas.

Hay una riada que fue muy comentada por las consecuencias que tuvo sobre personas ilustres:

Funesta relación de lo acaecido en esta villa de Madrid, el día 15 de setiembre à las 10 de la noche de este presente año de 1723. En que una tempestad afligió a Madrid pereciendo ilustres personas….

En la Gaceta de Madrid en su número del 21 de septiembre de 1723 se recogió la noticia:

“La noche del día 15 hubo en esta Villa una horrorosa tempestad de truenos, relámpagos y agua que duró más de dos horas, en cuyo espacio cayeron varias centellas en diversos edificios que no hicieron considerable daño; pero los causó muy graves el ímpetu del agua en los barrios de Santa Bárbara, donde se arruinaron algunas casas sepultando entre sus ruinas a cuatro personas y donde hizo mayor estrago fue en la casa-jardín del señor Conde de Oñate donde vivía actualmente el señor Conde de la Mirándola; y por ser ese día en que cumplía años se hallaban a la sazón a cortejarle muchos señores que, ignorando el riesgo que les amenazaba, estaban en el cuarto bajo, cerradas todas las puertas y ventanas, lo que dio lugar a que el agua de las alturas de la Huerta y cercanías del Convento de los Recoletos rompiese las tapias y entrase hasta la pared de la casa y creciendo excesivamente derribó parte de la dicha pared y entró con ímpetu en todo el cuarto bajo, subiendo casi tres varas de alto, en cuyo conflicto salieron de la casa los que pudieron, otros se mantuvieron asidos de  ventanas y rejas, nadando sobre el agua, y otros subiendo sobre los coches del patio salvaron las vidas, aunque maltratados, y a otros libraron los religiosos agustinos recoletos que acudieron al remedio. Pero la Duquesa de la Mirándola que se había retirado al oratorio con una criada, se ahogaron sin poderlas socorrer; como también don Tiberio Carrafa, e, intentando salir de la casa, el señor don Francisco Pío de Saboya, Moura y Corte Real, Marqués de Castel Rodrigo le arrebató y llevó el ímpetu del agua, sin haberle podido socorrer ni saberse su paradero hasta el día siguiente que se halló su cadáver en el río tres leguas distantes de esta Villa”.

En el relato de esta noticia se omitió que perecieron la vida más de quince personas que tenían sus chabolas en los márgenes del río Manzanares.

Esta tormenta fue tan comentada que aún en 1845 José Ortiz Sanz en su “Historia de España”

Hablando del año 1723 dice:

 “A esta larga sequedad se siguió una tan espantosa lluvia, que el 15 de septiembre pareció se anegaba Madrid y sus alrededores, vueltos en mar…”. “Las precipitaciones copiosas y seguidas en Madrid, provocaron inundaciones, destruyeron puentes…”

Los desastres para la Casa de Campo fueron muy cuantiosos, pero hay que puntualizar que en esos momentos hablamos de una finca pequeña en torno a El Lago y el Palacete de los Vargas una trece veces menor que la actual.

EL AGUA EN LA CASA DE CAMPO

Pensar en la Casa de Campo es pensar en uno de los últimos refugios que la naturaleza encuentra en la capital de España. Y si seguimos pensando retrocederemos al pasado agrícola de un Madrid labrador y necesitado de agua que tiene sus últimos arroyos en la Casa de Campo.

Siempre corrieron malos tiempos para el agua que atravesaba estos terrenos rumbo al Manzanares. A muchos les parecerá que la Casa de Campo tuvo que ser una especie de paraíso, con abundantes fresnos y alamedas, con huertas y norias que molían trigo y batanes que golpeaban gamuzas con sus mazos. Y qué fue por eso que los romanos edificaron en estas tierras la villa de Miacum a la vera del arroyo de los Meaques. Eso ciertamente pudo ser verdad, pero las cosas no eran así cuando Felipe II adquiere la Casa del Campo de los Vargas el 1 de agosto de 1561. Vemos en los grabados de la época que ya no estaba ese vergel idílico que nos imaginamos, sino que estos páramos eran pequeños minifundios agrícolas y zonas de retamas con escaso arbolado. 

La idea del monarca de convertir en jardín de Palacio la Casa de Campo, hizo que en esos momentos la demanda de agua superara el caudal que sus arroyos, pozos o fuentes podían suministrar. El mantenimiento de los estanques, en parte artificiales, el riego de sus jardines y planteles, era suficiente para que en la época estival el arroyo de los Meaques no alcanzara su último destino que era llegar a la Huerta de la Partida ya próxima al río Manzanares. Otro tanto pasaba con el arroyo de Antequina, cuyo cauce era tan escaso que se podía atravesar sin necesidad de puentes en todas las épocas del año, como nos cuenta Madoz diciendo que por ello sólo poseía un puente sobre él.

Así comprobamos como Felipe II defiende el preciado líquido con ordenanzas que castigan a los que por alguna circunstancia impidan la normal circulación del agua hasta las huertas y estanques, y se dictan normas para que el arroyo del Vadillo (actual arroyo de los Meaques) desagüe sin merma en el Estanque Grande. Pedro de Hoyo el 15 de mayo de 1567 en un amplio escrito dice:

“que ninguna persona sea osado de destapar y tomar agua para regar de ninguno de los estanques que están en el dicho heredamiento de la Casa del Campo, si no fuere para lo tocante al dicho heredamiento so pena de siete mil maravedíes, y asimismo mandamos que ninguna persona quite el agua que va al dicho heredamiento de la Casa del Campo, y ni impida que no vaya como va, y siempre ha ido”   Archivo General de Palacio. Cédulas Reales. Signatura: Tomo III, folio 53.

Con la ampliación de la Casa de Campo por Fernando VI a partir de 1725, se trató de controlar desde su origen los principales arroyos como el de los Meaques, de Las Charcas, de Antequina y otros que quedaron dentro de la finca como el arroyo de Valdeza, pero la Casa de Campo se había formado de la compra de tierras procedentes de diferentes lugares como; los carabancheles, Húmera, Pozuelo, Aravaca, y esto fue motivo de conflictos con estos lugares en los que nacían los arroyos fuera de la finca.

En tiempos de Isabel II, para la captación de agua se tuvo que comprar posesiones cercanas, como la de los Meaques, y la construcción de minas fuera de la finca, para abastecer las caceras que llevaban agua a donde se necesitara. Así nos lo cuenta Pascual Madoz en 1845:

“Las aguas de riego que entran en esta posesión y que surten los estanques, se reciben de unos manantiales muy abundantes sitos en el arroyo y posesión de los Meaques, contigua a la cerca de la que nos ocupa y perteneciente a los Hospitales Generales de esta corte; en la actualidad la lleva en arrendamiento el Patrimonio por término de 10 años. En el de 1845 se ejecutaron varias obras a la entrada de las aguas para aumentar su caudal”.

El problema no es solo de la Casa de Campo, en Madrid tienen que tomar medidas a la continua escasez de agua y la solución viene con el Real Decreto del 18 de junio de 1851 de tomar las aguas del río Lozoya y traerlas a Madrid, con este planteamiento:

 “Madrid ve amenazada su existencia por la escasez de agua y que el gobierno no puede permanecer por más tiempo como mero espectador de los sufrimientos actuales de los habitantes, ni aguardar con indiferencia las calamidades que amargan a una numerosa población que crece rápidamente”.

Cuando se inaugura la traída de las aguas del Lozoya el 24 de junio de 1858, la Casa de Campo es de las primeras que solicita el suministro del Canal del Lozoya, aunque por diversos motivos, aún tardaría en llegar la deseada agua del Lozoya a la Casa de Campo.