Yacimiento José Viloria Rosado

Valle de la Judía 1933 – 2019

Parece que fue ayer cuando vinimos a estos parajes a buscar indicios de una posible villa romana.

Todo comenzó con el trabajo que José Pérez de Barradas hizo después de una excavación en 1933 en la Casa de Campo.

Un informe muy deficiente en el que solo la toponimia de los puentes entre los que sitúa la excavación sirvió para localizar la zona, ahora 86 años después de aquel infructuoso intento de encontrar una villa romana en la Casa de Campo, se reanuda la búsqueda con los medios modernos de localización.

En el año 2015 solicitamos a Patrimonio de la Comunidad de Madrid la autorización para destapar aquellas zanjas que según nuestro criterio estaban dibujadas en el terreno en forma de trincheras.

Era una serpenteante franja que en las fotografías aéreas aparecía muy bien dibujada.

Después de conseguir la autorización para trabajar en el yacimiento aún habrían de pasar varios años para que se hiciera realidad el comienzo de los primeros pasos.

Primera hoja de la respuesta de Patrimonio de la Comunidad de Madrid

Ahora, exactamente día diez de octubre de 2019, los arqueólogos; Manuel, Genaro y Dani están esperando que retorne la máquina excavadora para tapar las zanja que dejaron al descubierto grandes hallazgos.

No ha sido como nosotros pretendíamos, quizá seamos unos románticos de una arqueología que ya no existe. Echamos de menos la pasión de los pioneros.

Creemos que no es eso, más bien han sido las personas encargadas del trabajo las que han desvirtuado todo el proceso.

Es como si no se nos hubiera permitido entrar en la cámara funeraria de Tutankamón por falta de papeleo burocrático.

Nosotros entendemos la vida de otra forma más apasionada y lógica.

Saltándonos los procesos que ya hemos enumerado y que corresponden a la administración y sus incorregibles e inútiles papeleos, te mostramos cronológicamente los trabajos sobre el terreno.

Terreno que corresponde con una parcela de la Casa de Campo situada en el Valle de la Judía entre los arroyos de la Judía al Oeste y el de Molino de Viento al Este.

Terreno que se eleva en una especie de loma que corona en el Cerro de Cachadizas a 640 metros de altitud. Loma ocupada en su cima por los edificios de la antigua Feria del Campo de los años 1953-75 y cortada en su falda por la trinchera del metro de la línea 10 que transcurre entre las estaciones de El Lago y El Batán cuyas obras se realizaron entre 1950-61.

Arqueólogos e Historiadores – Manuel – Rafael – Genaro y Luis

DIARIO DE UNA EXCAVACIÓN

14 de noviembre de 2017.

Esta mañana soleada de noviembre se ha sobrevolado con un dron los terrenos que configuran el presunto yacimiento romanos.

Tras varias pasadas a una altura de menos de cien metros se ha fotografiado el lugar por si pudiera desprenderse de su relieve alguna información que dibuje el yacimiento o las excavaciones realizadas bajo las órdenes de José Pérez de Barradas en el verano del año 1933.

No se han confirmado ningún indicio en el relieve de formas sospechosas dignas a tener en cuenta.  

21 de noviembre de 2017.

A las 11 de la mañana ha comenzado el barrido del terreno con un georradar.

Se ha comenzado de Norte a Sur y viceversa sin que se haya verificado todo el terreno posible, sino aquel que previamente se había seleccionado, con un criterio fundado. Dos horas después se han terminado los trabajos de campo por parte de los expertos. Queda pues analizar las imágenes recogidas y determinar si hay alguna formación constructiva.  

Al igual que con el dron no hay evidencias de formaciones alineadas en las imágenes analizadas.

23 de septiembre de 2019.

Desde muy temprano se ha comenzado la intervención en el yacimiento, casi dos años después. En este lunes de temperaturas agradables, se ha procedido a pasar un detector de metales por la zona.

Esta intervención está encaminada a confirmar que las trincheras que cruzan el yacimiento de Este a Oeste han sido realizadas durante la Guerra Civil de 1936-39.

Evidentemente se encuentra, como es habitual en toda la Casa de Campo, material bélico en superficie o a escasa profundidad; balas, vainas, restos de bombas, una navaja de afeitar y latas de comida oxidadas.

El material encontrado evidencia que no fue este un lugar de combates ni de un periodo prolongado de estancia, ya que después de recorridas todas las trincheras, no llegaron a 70 los restos relacionados con la guerra encontrados, lo que evidencia, frente a los trabajos que realizó Javier, el arqueólogo responsable del detector, para Alfredo González Ruibal en la Casa de Vacas de la Casa de Campo en julio de 2016, donde el material era abundantísimo.

Javier mostrando su equipo

Ha pasado una semana, estamos a día 30 de septiembre de 2019 y contra todo pronóstico se ha comenzado por excavar una parte de las trincheras después de que el día 24 se diera, por el momento, por finalizado el barrido con el buscametales.

Yacimiento vallado

Se han vallado unos siete mil metros cuadrados de terreno, coincidiendo con los pronósticos descritos por José Pérez de Barradas Álvarez de Eulate​, que si no lo dijimos antes era el arqueólogo Municipal encargado en 1933 de todos los yacimientos abiertos en la capital.

José Pérez de Barradas

Persona muy especial y para Madrid su mayor especialista en esa época de principios del siglo XX.

Se han establecido unos cuadrantes de 3×4 metros aproximadamente, donde se pretende recuperar la zanja original de las trincheras.

Se limpia superficialmente y se abandona, con la idea de seguir más adelante y terminar el trabajo. También se han marcado tres cuadrantes más que en el futuro se pretende excavar.

1 de octubre de 2019.

Ayer por la tarde vino la máquina excavadora, su coste hace que se abandonen las demás actividades.

La trinchera se deja desbrozada, pero sin excavar. Personalmente creemos que no merece la pena perder el tiempo en un lugar poco significativo de la Guerra Civil.

Cuando llegamos a las nueve de la mañana la excavadora ya había abierto una zanja de 3 m de ancho y una profundidad de 0,50 m. A esta tarea se la denomina “rascado del terreno”.

Como en los días anteriores se habían suprimido los árboles que molestaban, la máquina trabaja con rapidez. El terreno, húmedo de anteriores tormentas, se deja excavar y desde el primer momento surgen los hallazgos: una mancha negra determina una zona donde aparecen los primeros indicios de restos romanos; trozos de cerámica tosca y de terra sigillata, tejas, ladrillos y posteriormente un broche o fíbula y una moneda.

Moneda y resto de una pieza de terra sigillata

No es poco para los primeros movimientos de tierra.

La excavadora se mueve de Oeste a Este, al contrario que lo hiciera Pérez de Barradas en 1933 y pronto alcanza los doscientos metros de longitud marcados por Pérez de Barradas desde el puente de la Agachadiza.

La pelea desigual entre la prisa y la tranquilidad

La máquina excava con la suavidad que un dinosaurio nos acariciaría nuestra espalda.

Cuando retira los escombros añadidos por el hombre, en su escasa inteligencia, la máquina, levanta fragmentos de cerámica, los huesos se trocean, un chirrido de piedras se despierta y la pala insensible sigue su trabajo de allanar el terreno allí donde la tierra se torna oscura y empieza el cenicero.  

Estamos, posiblemente, en el nivel de hace dieciocho siglos.

La mano de acero araña el cenizal o vertedero. Los restos se amontonan en grandes cúmulos de tierra. La excavadora prosigue paralela al arroyo de los Meaques y a la primera zanja.

Ha empezado la excavación
Examinando el terreno

A noventa metros y a escasos 20 o 30 cm del nivel superficial, surge un suelo de piedra de 9 metros por 7; cantos rodados con argamasa de cal, los expertos lo consideran una entrada a una casa romana, llama la atención que en el centro de la solera hay un impacto de bomba de la Guerra Civil 1936-39, aún está la espoleta y restos de metralla.

Suelo de canto rodado con argamasa

Este suelo bien pudiera ser una derivación del camino o calzada romana que se dibuja en todo el Valle de la Judía, es difícil de catalogar ya que en la Casa de Campo abunda el canto rodado y los senderos pavimentados con dichas piedras son abundantes. Sin embargo, el incuestionable puente medieval que fuera anterior al Puente de Segovia y que estaba en donde hoy se encuentra la ermita de la Virgen del Puerto, dirigía su trazado hacia este lugar y fue Felipe II el que optó por desviarlo de su Casa de Campo construyendo el nuevo más abajo y dirigido hacia el lateral de la finca.

Cambiando impresiones con Genaro

Sabemos también que, en 1565, cuatro años después de comprar la Casa de Campo de los Vargas, Felipe II compra unos terrenos en el Valle de la Judía hasta el arroyo de la Judía para desviar el camino de Alcorcón que pasaba por este valle.

La máquina deja una zanja de 3 metros de anchura y casi noventa de largo, que resulta más fructífera ya que corta lateralmente un cenicero que a todas luces se haya intacto, es decir no fue excavado por Pérez de Barradas.

Este cenicero o basurero proporciona una ingente cantidad de restos. Solo se han tocado diez centímetros, acaso veinte del cenizal y la abundancia de escombro romano es impresionante. Las cenizas pegadas como el cemento a las reliquias del pasado llenan de incógnitas las piezas. 

Solo la fina terra sigillata de la cerámica romana se yerguen como amapolas entre las pardas tierras.

Parte principal de la excavación

Montones de tierra amarillenta y oscurecida superficialmente por las cenizas del basurero.

Allí con paciencia, los llamados buscadores de restos abandonados, encontramos pequeños fragmentos que alimentan nuestra ansia arqueológica.

Matilde Verdú emocionada como una adolescente

Son restos que los profesionales desprecian, los consideran contaminados, pero a nosotros nos emocionan de una manera difícil de comprender por los demás.

Formamos nuestro pequeño museo de curiosos restos, cerámica amarilla, negra, roja, anaranjada, tosca y fina, toda una mezcla de fascinantes despojos. Hay también cristal; bordes de pequeños frascos y huesos de animales, dientes de equinos y sobre todo muchas asas de vasijas.

Tela tapando el yacimiento antes de ser cubierto

Hoy jueves 17 de octubre de 2019 en una mañana torrencial de lluvia, luego suavizada, se ha comenzado a tapar las zanjas que previamente se habían cubierto con tela para futuras excavaciones.

La máquina empuja la tierra a su lugar y mezcla tierras y objetos hasta batirlos en una masa contaminada de tiempos y civilizaciones. Emergen y desaparecen como náufragos en la mar, los restos de cerámica, es una ilusión óptica un espejismo que te hace ver unas formas que se debaten antes de desaparecer enterradas. Como la máquina hace un ruido ensordecedor y su conductor se tapa los oídos, no podemos pedir que se detenga para cerciorarnos de lo que creemos haber visto. Tampoco podemos acercarnos, las normas de seguridad nos prohíben tal atrevimiento. Nos queda como recurso pensar que todo ha sido un sueño o volver en el futuro a transitar el terreno para ver si el tesoro quedó levemente asomado a la superficie.

Se nos olvidaba decir que el día 7 de octubre vino la prensa y los políticos.

Los políticos tan despistados y engreídos, tratando de certificar con su presencia la importancia del hallazgo. La prensa buscando llenar un hueco de noticia, con la precipitación y el desconocimiento. No importa si es verdad o mentira, si el antes es el después: ¡Qué más da!

Después de cubrir todo el yacimiento

Aquí termina la historia de los que se remuneran, de aquellos que tienen mil frentes abiertos. Aquellos para los que esto interesa poco o nada. Cogen sus artilugios y se van a la oficina, desde allí relatan lo que les manda la normativa; nada más.

Uno se pregunta ¿Otra vez el olvido?

Pero no os preocupéis nosotros seguimos aquí, somos el espectador invisible, desapercibido que buscan la minucia, el fragmento que encaje y amplíe la pieza.

Hemos venido hoy 21 de octubre, cuando se han retirado las vallas de alquiler y los camiones, esos que han dejado el terreno lleno de dibujos y han roto, si eso fuera posible, aún más los escombros.

Que nada se pierda en el olvido

He venido en busca de los despojos, de esos grises de ceniza confundidos con la tierra que sobresalen por doquier. Los que nos tildan de poco profesionales, se les olvida que no somos arqueólogos y preferimos poner título a las cosas que se han abandonado con desprecio en la superficie a dejar que se las encuentren personas ajenas que desconocen su valor y procedencia.

No estamos especulando; cuando conocimos esta zona estaba sembrada por cientos de restos, que paulatinamente; entre los jardineros, la zahorra, los ciclistas y los viandantes hicieron desaparecer para siempre. No os alarméis no eran restos decisivos, como no lo son los que ahora asoman entre las tierras removidas.

Es una ilusión, un conformarse con lo que los demás desprecian, es una forma de no abandonar para siempre el intento de que se prosiga la excavación. Ya no es un sueño que bajo esa capa de tierra amarilla hay un vertedero negro rebosante de materiales de todas las clases; lucernas, ánforas, platos y jarras, monedas, fíbulas, frascos de fino cristal.

Nos recuerda que allí hubo un asentamiento romano que generaba una gran cantidad de “basura” y estos restos nos dicen como era esa sociedad; la época, el nivel que tenían, su forma de alimentarse y los útiles cotidianos que manejaban.

No aparecerán vasijas enteras, ni joyas, a no ser por accidente, allí todo es “inservible”, aunque nada tiene que ver con nuestros vertederos. Por eso abundan los huesos de los animales que se comían o se morían, con las tabas de con las que jugaban; caballos, perros, jabalíes etc.


Cuenta José Viloria Rosado que en una visita al célebre arqueólogo Municipal madrileño José Pérez de Barradas Álvarez de Eulate, por cierto, paisano suyo ya que los dos eran gaditanos, le llevó una caja rebosante de piezas romanas encontradas en la superficie de la Casa de Campo de Madrid era 1932. La puso sobre la mesa de despacho y con encendida emoción le habló de una posible Villa Romana, incluso pronunció la palabra Miacum. Pérez de Barradas volcó la caja sobre la madera barnizada de la mesa y sin apartar el cigarrillo de su boca sonrió en una mueca de contrariedad y algo de sorpresa. Sin ningún comentario volvió a meter los fragmentos de nuevo en la caja y con gesto despectivo se la volvió a dar.

José Viloria y Pérez de Barradas

Cuando en julio de 1933, después de mucha insistencia por parte de Viloria, consiguió que se emprendiera una excavación arqueológica en la Casa de Campo los resultados no fueron los esperados por Pérez de Barradas y en su informe de los hallazgos después de la excavación, no informó de las piezas que Viloria le había llevado dos años antes.

Cuando Viloria leyó el pequeño informe, de dos hojas, se entristeció. Al final de la redacción se dice:

Mucho lamentamos el poco éxito de estas excavaciones; pero, no obstante, han servido para demostrar que los hallazgos superficiales son sólo indicios y nunca tienen la importancia que se les da por lo general por amateurs y personas ajenas a la ciencia.” 

El comentario, a Viloria, primero le enfureció, después sintió una profunda tristeza y por último y como recurso a la injusticia, el miércoles siguiente que tenía unas horas libres y como la excavación le quedaba a pocos metros de su casa, se tomó el tiempo justo para dejar su mochila de cobrador en el suelo, tomar unas sobras de la cocina y atravesando la recién abierta Puerta del Madroño, llegarse hasta el lugar que aún permanecía a cielo raso, en el Cerro de Cachadizas.

No había nadie, aquello era una trinchera desordenada y lista para tapar, cuando los operarios municipales tuvieran a bien. Provisto de una paleta empezó a arañar los montones de tierra de la excavación y como atraído por un magnetismo inexplicable y por una intuición privilegiada levantó la tierra más oscura que esperaba su momento de volver a la penumbra y empezaron a surgir fragmentos de las más vistosas cerámicas, como de la mano de un prestidigitador se multiplicaban las monedas, los bordes de las ánforas y los labios carnosos de la terra sigillata.

Miles de trozos despreciados o desapercibidos, no sé qué era peor, por Pérez de Barradas y su equipo, eran celebrados como trofeos por Viloria.

Aquella noche apenas pudo dormir, puso sobre el suelo los trozos extendidos, y preso de una emoción sin límites lloró; lo hizo por los inmensos hallazgos y un poco también por la humillación sufrida.

Era una mezcla de orgullo y tristeza que no podía compartir con nadie.

Viloria era un tranviario, un simple cobrador de la línea 15.

No importaba sus prestigiosas colaboraciones con Eduardo Hernández-Pacheco el eminente paleontólogo, tampoco el haber puesto en pista a Pérez de Barradas en sus más prestigiosos descubrimientos.

Le llevó algunas horas robadas al sueño el clasificar aquella ingente cantidad de material que había unido al antiguamente encontrado y menospreciado por los entendidos, y lo hizo para sí mismo, para su pequeño museo interior ya que nadie más vería aquellas piezas encontradas.

Años después culparía a su mujer de haberlas tirado a la basura, lo que posiblemente fue una excusa premeditada. Nunca sabremos si esto fue una mentira o una venganza y en realidad las conservó para siempre. Tampoco sabemos qué valor tenían, ni que información guardaban de aquel asentamiento romano de la Casa de Campo de Madrid.

Se perdieron tantas cosas en esa época de esplendor arqueológico y paleontológico de Madrid.

Ha pasado el tiempo y a pesar de las leyes y normativas, se sigue con igual indiferencia hacia el pasado. Y es que son las personas las que hacen que las cosas se hagan bien o mal y no las ordenaciones. Prima eso sí en todo esto unos intereses desmedidos y son esos intereses los responsables de que a los filántropos no se nos vea bien metiendo las narices en los yacimientos y se busque mil excusas para expulsarnos de cualquier asunto que lleve aparejado peculio. Se desconfía de ellos cuando no ganan ni pierden nada con sus pretendidas argucias o mentiras.

¿No es más digno de desconfianza aquel que tiene que justificar el sueldo que se gana y tiene en sus manos todas las tretas y medios posibles para montar un hallazgo?

En un espacio limitado donde solo ellos pueden descubrir cosas que merezcan la pena. Se erigen en jueces y dictaminan lo que vale o no vale.

Esto es común en todas las disciplinas, es una defensa contra el intrusismo.

Tenemos muchas piezas que ni se dignan mirar, las tenemos porque ellos las despreciaron y me pregunto:

¿No merecen ser tenidas en cuenta?

Nosotros vemos en los Museos cosas peores y sin referencias, sé que son ellos los que autentifican lo que yo encuentro, pero no voy a seguir el plan urdido por los que se creen que ellos son la arqueología.

Somos unos «ignorante» de esos que disfrutan de una manera especial con lo que ellos tiran o desprecian como inservible.

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