La reina que iluminó la corte

Una noche oscura de la primavera de 1563, la Reina Isabel de Valois, que había esperado a que el sol se pusiera sobre el cielo claro de la Casa de Campo de Madrid, tomó en sus manos una pequeña jaula hecha de calabaza y juncos, la Soberana descorrió la funda de gasa verde que la cubría y contempló asombrada varias luces, como ascuas, que se agitaban en su interior iluminando sus manos reales.

¿Qué eran esos destellos, esas pequeñas estrellas de color blanco verdoso, que tan claro resplandor producían en la noche?

Esa misma mañana los Soberanos habían recibido agasajos procedentes del Nuevo Mundo, les traían: oro, especias, plantas desconocidas, incluso llegaron algunos nativos ataviados con las plumas de las aves más hermosas. Pero sin duda lo que más sorprendió a Isabel fue el momento en que un joven se adelantó y con una reverencia ofreció una pequeña jaula a la Soberana, ella no supo interpretar en aquel momento el presente, por lo que el joven, ante la extrañeza de la soberana le aconsejó: vaya su Majestad esta noche a un lugar oscuro de la Casa de Campo.

¿Qué contenía aquella jaula de calabaza para que formara parte de los presentes que ofrecieron a Felipe II los recién llegados de las Indias?

La respuesta era bien sencilla: se trataba de unos escarabajos, para ser más concreto del Pyrofhorus noctiluca, la mosca de fuego, el «cucuyo» como le llamaban los nativos, un escarabajo parecido a nuestras luciérnagas (Lampyris noctiluca) no sólo por su igual nombre de especie, sino también por su cualidad de producir luz, aunque sean de familias distintas. Se encuentran estos escarabajos entre los que más literatura han producido, despertando interrogaciones entre quienes los contemplan:     

¿Cómo se puede explicar el fenómeno de que un escarabajo produzca luz?

Hasta entonces sólo se sabía de las luciérnagas, por los relatos de Pedro Martín y tiempo después, por Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1478-1557) que nos cuenta en su Historia General y Natural de las Indias, de 50 tomos, que las mujeres nativas los utilizaban para iluminarse en las tareas del hogar, y los nativos utilizaban una gasa con muchos de ellos para iluminarse en su camino, durante la noche. También nos cuenta que los guerreros españoles lleva­ban cuatro «cucuyos» atados en diferentes partes del cuerpo, y de éste modo engañaban al enemigo, como les sucedió a Tomas Candisius y el Caballero Roberto Dudley condes de Leicester, que la noche de su llegada a las Indias se vieron cercados en un bosque por numerosas luces, como antorchas encendidas, y huyeron apresuradamente a sus navíos, pensando en un gran ejército de españoles. También Howard Cárter creyó encontrar la respuesta a la incógnita que supuso, no hallar ningún resto de hollín en los techos de las pirámides, ¿utilizarían los egipcios escarabajos luminosos para alum­brarse en el interior de las pirámides? ¿quién lo sabe? Pero el uso más extraordinario que se ha hecho de estos insectos tuvo lugar durante la construcción del Canal de Panamá, cuando un cirujano llevó a cabo una operación quirúrgica urgente a la luz de los «cucuyos».

Y la incógnita seguía en pie: ¿Cómo explicar el fenómeno de que un escarabajo dé luz, luz fría que ni el viento ni la lluvia podían apagar y con la que se puede leer en la oscuridad de la noche?

Hace años se creía que la fuerza luminosa de las luciérnagas procedía de una masa grasosa, parecida al fósforo líquido, que el escarabajo llevaba en una vejiga. La verdad sin embargo es, que la luz se produce cuando la luciferina, un compuesto elaborado por el organismo del coleóptero se une a la luciferasa una enzima oxidante que se produce en sus células dando como resultado la emisión de luz.

Este escarabajo lo podemos ver en las noches calurosas del verano en jardines y matorrales próximos al agua, la hembra es blanda y sin alas, parecida a un gusano. El macho con alas marrón. De adultos apenas se alimentan, pero en su época larvaria cazan caracoles y babosas. La luz la producen tanto los machos como las hembras, así como las larvas y los huevos. La hembra la utiliza como reclamo sexual, elevando los tres últimos segmentos de su abdomen que son los únicos que producen luz. Y lo más curioso: cuando algunas ranas se alimentan de luciérnagas, sus estómagos relucen en la noche.

La mosca de fuego de la que nos hablaban los descubridores, no es sin embargo una luciérnaga como la nuestra, se trata más bien de un elatérido que produce luz, los elatéridos son esos escarabajos que cuando se les molesta saltan con un resorte especial que poseen, y es que los primeros naturalistas llamaban a todos los escarabajos que daban luz «luciérnagas».

Dicen que cuando el hombre puso el pie en la luna, rompió su encanto. Supongo que de igual forma le sucedería a los relatos de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés sobre «la mosca de fuego», la que se untaban los indios para parecer hombres de fuego, si hoy se iluminaran, no con los «cucuyos», sino con la luz de la razón y la ciencia, que hubiera dicho Fabre.

No sabemos si la Reina Isabel le hizo caso y esa noche, embriagada por la curiosidad, se fue a la Casa de Campo a contemplar aquel prodigioso espectáculo de luz, ahí los historiadores no se ponen de acuerdo, pero conociendo a la joven Isabel seguro que dejó que aquellos escarabajos iluminaran la Corte.

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